El relativismo moral, la creencia en la subjetividad de los valores éticos que varían según la cultura o el individuo, se ha infiltrado profundamente en las estructuras políticas y sociales de nuestro tiempo. A pesar de su prevalencia, parece que la sociedad, en gran medida, o no comprende el impacto del relativismo o se muestra indiferente a sus efectos corrosivos.
En el centro de esta aparente indiferencia podría estar la ignorancia. Una evaluación más profunda del fenómeno podría revelar una falta de comprensión sobre cómo el relativismo moral está socavando los cimientos de nuestras democracias. De hecho, esta ideología erosiona la calidad del diálogo público y, en algunos casos, puede llevar a la justificación de violaciones a los derechos humanos.

En una democracia robusta, los principios éticos y morales deberían actuar como el motor que guía las acciones y decisiones tanto individuales como colectivas. Sin embargo, el relativismo moral ataca este núcleo al borrar las distinciones entre lo que es éticamente correcto y lo que es incorrecto.
Este relativismo se convierte en un caldo de cultivo para la irresponsabilidad política. Al adoptar la mentalidad de «yo decido lo que está bien o mal,» los políticos encuentran una vía para esquivar su responsabilidad, manipular información y priorizar sus intereses personales o partidistas por encima del bien común.
La relatividad de los valores éticos también desestabiliza el discurso público. Cuando cada persona o grupo defiende su propia versión de la «verdad,» la consecuencia es una polarización exacerbada y una parálisis en la toma de decisiones políticas. Este ambiente da lugar a discursos populistas y agendas que son perjudiciales para la colectividad.
En el escenario internacional, los riesgos del relativismo moral se multiplican. Algunas organizaciones supranacionales y regímenes autoritarios explotan este fenómeno como pretexto para violar los derechos humanos más fundamentales, todo en nombre de respetar las «diferencias culturales.»
Lejos de ser una mera discusión académica, el relativismo moral es una amenaza palpable y creciente para la cohesión social y la estabilidad política. La urgencia de abordar este tema no puede ser subestimada. Si no se establece un marco ético sólido como guía para la acción política y la vida pública, corremos el riesgo de sumirnos en un vórtice de manipulación, división y, finalmente, en la erosión de los valores democráticos y los derechos humanos.
No es tiempo para vacilaciones: la confrontación con el relativismo moral es un imperativo si queremos salvaguardar el futuro de nuestra sociedad.