España al servicio de la misión
Las aguas tienen el poder de causar la muerte o de permitir la vida. Bien lo sabía Colón que las había estudiado y que tenía la esperanza casi cierta de encontrar vida y tierra más allá del Océano. Efectivamente sobrevivió a su primera (y sucesivas) travesías: no solo volvió a Castilla, sino que lo hizo rico en nuevos conocimientos, en descubrimientos asombrosos y, sobre todo, en el encuentro con personas y pueblos antes desconocidos.
La primera travesía del océano fue el preludio del primer bautismo indio en tierra española. Los primeros seis indios que trajo el Almirante a Barcelona en 1493 también sobrevivieron a las aguas: no solo a las del Atlántico en el tornaviaje de Colón, sino fundamentalmente a las del bautismo. Por él, entraron en la muerte de Cristo y salieron de ella con vida. Esa vida nueva que les permitió al poco tiempo ser misioneros en sus tierras de origen.
Y serlo de forma paradigmática, ad-gentes, llevando la Iglesia lejos, allá donde se desconoce, aunque no esté ausente. Y no lo está porque todos somos en potencia Iglesia, todos estamos llamados a serlo y a participar, con nuestra particular misión, en la gran misión de la Iglesia: que el hombre sea verdaderamente hombre. Y lo es cuando ama al que tiene al lado y vive la comunión con su vecino.
Esta es la esencia de la Iglesia que se ha intentado transmitir en la obra pictórica que ilustra este texto. Esta es fruto de un estudio de carácter histórico-religioso cuyo fin es tratar de unir el interés por el hecho histórico; es decir: la narración del bautismo realmente acaecido en el pasado, con algo más grande que lo trasciende.
Curiosamente, el acontecimiento mencionado es poco conocido, escasamente documentado y, hasta hace unos meses, jamás representado. Y, sin embargo, configura el hecho fundacional de la Iglesia americana y la constitución de España como pueblo misionero, evangelizador de otros pueblos más allá de su territorio. Esto es capital, pues pone de manifiesto cómo el interés de los Reyes Católicos y de su Almirante no era hispanizar, sino cristianizar. Las banderas de Castilla y de Aragón se identificaban con la de la cristiandad. Y el interés principal de la reina Isabel no era ganar territorios para España, sino almas para el Reino de Dios.
Así, el propósito del hilo de artículos al que el presente da inicio no es ensalzar banalmente la historia de España. Sino más bien, a partir del primer bautismo indio en sus tierras, profundizar en su identidad católica. Entrar en la historia desde una perspectiva quizá insólita, pero no menos válida de la que suele adoptarse: la de las conciencias individuales. Como dice Rafael Santos (Obras Misionales Pontificas), la historia del mundo es el conjunto de las historias de cada hombre. Dios no ha creado la humanidad, sino cada persona. Y a esa persona, que es verdadero sujeto de la historia, se dirige la salvación obrada por Jesús, ofrecida por la Iglesia y a la que España, en gran medida, ha servido.