Los momentos fundacionales son determinantes para la identidad de las realidades fundadas. Son como fuentes de las que beben para mantenerse vivas e idénticas a sí mismas. No es diferente en el caso de los países. Las naciones no nacen con sus constituciones; tal pensamiento es fruto del liberalismo, que confunde la nación con el estado, y tiene como consecuencia el peligro de pensar que la nación es meramente lo determinado por la voluntad del pueblo. Otra desviación es la constructivista, para la cuál explicar qué es la nación es lo mismo que explicar cómo es y cuál es su composición.
Ante estas desviaciones es necesario, hoy más que nunca, proclamar que España es más que la suma de sus partes. España no es unos límites geográficos, un emplazamiento físico, ni un mero agregado de individuos cuyas voluntades puedan determinar su ontología. España no es un corpus legal, ni tampoco un papel firmado y votado. Tampoco es sus gentes ni sus rasgos o costumbres, aunque sus gentes son parte esencial de su carácter. Es mucho más que eso.
Para dirimir la naturaleza de España tenemos que remontarnos a su momento fundacional. España no nace con el estado del 78, como muchos piensan. España existe mucho antes de 1978. España surge como nación política en el año 587 con la conversión de Recaredo. No porque ese sea el momento en el que se produce una unidad administrativa. La nación no consiste en ser una mera unidad administrativa. España nace en el 587 porque es el momento en el que se constituye como una unidad de destino en lo universal. Y lo hace con la Cruz católica.
La conversión de Recaredo unifica a todos los pueblos de España bajo una misma misión: la Cruz de Cristo. Todos pasan a ser parte de una misma barca, y por tanto ahí nace España como una unidad, como algo distinto y propio, como una entidad histórica. Lo hace porque sirve a una misión permanente. España como algo más que la suma de sus partes. España por encima de los pueblos que la componen. España nace cuando todos los pueblos que la componen aceptan una vinculación personal no con un rey terrenal, sino con una misión sobrenatural, con una bandera espiritual. Cuando sus pueblos realmente forman una comunión: una sola unidad espiritual que se encarna en lo material.
España existe solo cuando hay esta comunión bajo esta bandera espiritual. Las crisis que han amenazado no la estabilidad, sino la existencia misma de la nación han ido siempre ligadas a renunciar a o perder la misión que les ha constituido como entidad histórica: en la Edad Media la conquista musulmana, en la Edad Moderna el liberalismo anticlerical, en el siglo XX las repúblicas laicistas y ateas, y en el momento actual un sistema antirreligioso y autoidólatra.
La respuesta a nuestra crisis está en la raíz del nacimiento de nuestra nación como entidad histórica. Una raíz cruciforme. Si dejamos que la raíz se seque, España morirá, aunque conserve el nombre y el Estado; aunque conserve sus pueblos y sus gentes. Porque España es más que los españoles. Está por encima de ellos. España es un regalo que nos ha sido legado y que tenemos la responsabilidad de legar a nuestros hijos. España es una misión eterna que debemos realizar.