Las elecciones autonómicas y municipales del 28-M han dejado un sabor agridulce en España. Mientras que las derechas han salido fortalecidas en un mapa electoral coloreado de azul, en el que el Partido Popular se ha establecido como la mayor fuerza elegida por los españoles con más de 7 millones de votos arrebatando 6 de las 10 autonomías al PSOE, en la orilla del Cantábrico la sonrisa solo la han mantenido los miembros de EH Bildu.
Con 366.000 votos de los municipios vascos y navarros, la formación abertzale ha adelantado al PNV de Andoni Ortuzar, que ha registrado una caída del 20% de su electorado y los resultados se muestran como un desafío a su hegemonía en la región. La coalición ha sido la elección mayoritaria en 141 municipios entre País Vasco y Navarra y ha sumado 1.050 concejales, un 13% más que en el 2019.
EH Bildu se ha hecho fuerte en Vitoria-Gasteiz, la capital de provincia con menos arraigo nacionalista de la región, y ha adelantado al PNV por un escaño. Aunque es en el territorio foral en donde se presenta como una amenaza para UPN con sus 9 escaños -2 más que en 2019- si pacta con la candidata socialista, María Chivite. Los resultados electorales son por tanto una sorpresa y una mala noticia para la democracia vasca.
¿A qué se debe el ‘sorpasso’ de la agrupación de Otegui? ¿Quién compone su nicho elector?, y aún más importante, ¿qué consecuencias tiene para la democracia vasca? Ya desde el inicio de la campaña electoral EH Bildu saltó a la prensa por la introducción en sus listas de 44 condenados por pertenencia a la banda terrorista ETA, un hecho que fue denunciado por el Colectivo de Víctimas del Terrorismo (COVITE) y siete de los candidatos -aquellos condenados por delitos de sangre- comunicaron su renuncia a la posesión del cargo si resultaban elegidos en pos de alejar a la coalición de la banda terrorista y de sus acciones del pasado, como argumentan en una carta escrita para el periódico Naiz: “Entendemos que EH Bildu se constituyó en un nuevo tiempo como un instrumento para alcanzar la soberanía, la paz y la libertad, para construir un país mejor. Y ese es también nuestro compromiso».
La victoria abertzale demuestra una pérdida de confianza en el PNV, el histórico líder en el País Vasco desde la década de los 80, y deja en una posición bastante incómoda a Andoni Ortuzar que tendrá que esforzarse para recuperar su anterior papel.
Una nueva cuestión se impone: ¿Quién compone su electorado? El nuevo apoyo se estima que procede del sector joven recientemente introducido en la vida política española y ajeno a todo el terror que desencadenó ETA cuando empuñaba las armas. El voto joven, una de las herramientas más olvidadas por las agrupaciones políticas pero de vital importancia, más extremo y nacionalista puede ser la clave para este ascenso. Otra aspecto a tener en cuenta es el alto nivel de radicalización en las provincias de Álava y la región de Navarra frente a los territorios de Guipúzcoa y Vizcaya.
En el informe “El éxodo vasco como consecuencia de la persecución ideológica”, presentado hace apenas una semana, los autores reflexionaban sobre la alteración del voto vasco por las casi 180.000 personas que huyeron del territorio ante las amenazas y abusos de la banda terrorista ETA durante los peores años de su actividad. 180.000 votos que constituyen casi la población de la ciudad de San Sebastián al completo y a los que se deben sumar los votantes de segunda y tercera generación que no han regresado tras el cese de las hostilidades. Ante la posible alteración del voto perdido del exilio y su influencia en la composición de los ayuntamientos, ninguno de los gobiernos vascos ha prestado atención a la situación de desventaja de las alternativas no nacionalistas. Entre otras consecuencias de este fenómeno se presenta la anomalía del PIB y la fiscalidad vasca, antigua segunda potencia económica española, y un hecho más que destacable, la grave herida demográfica por la que el territorio vasco es la región española que más ha envejecido desde 1976.
El informe de CEFAS incluye un apartado con 30 testimonios de personas afectados por el terrorismo de ETA para que ni el terror, la persecución, la discriminación o incluso las muertes de sus allegados caigan en el olvido. Asimismo, resulta significativo que trece años después del último asesinato de ETA, doce tras su anuncio del alto al fuego definitivo y cinco de su disolución, varios encuestados han preferido mantener el anonimato.
Como consecuencia, el 28-M ha sido una victoria para la vía política nacionalista radical, pero un nuevo golpe para la ya alterada y débil democracia vasca en manos de quien en su día animaron las hostilidades contra sus propios vecinos.